(Buf, lo siento, este post es un poco largo. Y además es bastante coñazo y está mal escrito)
No sé por qué ayer el cielo en Madrid estaba más oscuro que de costumbre. O esa fue la impresión que me dio a mí, siempre me ha parecido que aquí casi no se ven las estrellas. Estaba en un parque perdido de Alonso Martínez que, entre otras cosas, olía fatal, con un mini de whisky en la mano. Este parque da a una calle que está en desnivel, y, enfrente, hay un muro. Detrás de él sobresale el tejado bajo de una iglesia con su espadaña, que anoche se recortaba sobre el cielo azul oscuro, plagado de nubes que no eran grises como cuando va a llover, sino que tienen un tono azul claro y parecen algodones, densas pero que al mismo tiempo dejan bastante espacio entre ellas como para que se viera la luna llena y la estrella que tiene ahora junto a ella, que al ser la única que se veía parecía un lunar. Y en ese momento Madrid dejó de ser Madrid y me pareció un pueblo, y me recordó las noches en San Benito, y al verano que pasé en Nombela. La casa de Nombela tenía un problema, y es que el patio es muy pequeño y no deja ver más que una porción de cielo ridícula, en la que las pocas estrellas que hay ni siquiera se ven por las luces del pueblo. Con mucha suerte lo más que asomaba por aquel cuadradito era la luna durante poco más de una hora. El mes que pasé allí eché mucho de menos San Benito, donde a veces te da la sensación de que el cielo es pequeño porque alcanzas a verlo todo. Es una de las pocas cosas por las que me gusta el verano, por poder estar allí panza arriba, con todas las luces apagadas sin oir nada más que los grillos, las ranas y algún que otro inquietante ruido cercano, sin que ni siquiera te apetezca fumarte un cigarro para que su resplandor no te deslumbre. Estar allí sabiendo que estás sola y sentirte segura y lejos de todo. O las noches en que la luna llena desprende tanta luz que las encinas hacen sombra. Incluso cuando no estaba yo sola y nos quedábamos de conversación. A mi abuelo también le gustaba lo de quedarse fuera viendo el cielo con las luces apagadas. Tampoco es que se ensimismase, porque enseguida se le ocurría una historia (o media docena) que volverte a contar... Siempre era la misma fórmula,y siempre las mismas historias, rara vez variaba algo.
-Oye, es curioso, fíjate tú que me acuerdo...me acuerdo de una cosa extrañísima que me pasó a mí en la guerra...
Ésta era la base para casi todas las historietas. Hacía entonces un alto y te miraba, con los labios fruncidos y los carrillos un poco inflados, quizá esperando a que le preguntaras, aunque nunca te dejaba tiempo para hacerlo. Y procedía entonces a contarte la historia lentamente, llena de altos como este.
-Fue ya... hacia el final de la guerra. Mira, una cosa extraordinaria. Algo sobrenatural, desde luego. Resulta que estábamos de noche, cerca de... (no recuerdo el sitio, soy así de imbécil), acampados, cuando de repente vemos que el cielo se pone de un color rojo... pero un rojo...- buscaba alrededor algo de color rojo con que compararlo, sin éxito normalmente.- Como color sangre, ¿entiendes? Pero vamos, una cosa impresionante.
-Pero...¿sabes lo que fue?
Subía las cejas y abría los ojos en señal de incertidumbre.
-Hombre, no lo sé qué pudo ser. Algunos decían "¡Eso es una aurora boreal, tal cual...!" Pero vamos, te digo yo que no era, ps, qué iba a ser una aurora boreal.
Hacía otra pausa.
-Lo que sí es cierto, es que al día siguiente nos enteramos de que las tropas hitlerianas habían entrado en Austria (otro dato del que no estoy segura). Y eso lo vi yo. El cielo totalmente rojo...pero rojo... un color rojo muy intenso, como si fuera sangre, ¿sabes?
Y así nos pasábamos un buen rato, enlazando unas con otras historias que ya me había repetido mil veces, que ni él se cansaba de contar ni yo de escucharlas una y otra vez, hasta que acabé sabiéndomelas mejor que él, cuando ya mezclaba unas con otras en los últimos años...
*****
- ¿Se puede saber qué coño estás mirando?!
Madrid dejó de pronto de ser un pueblo y volvió a ser lo que era.
- La estrella esa, ya te lo he dicho antes.- respondí con paciencia.
Ya me lo había preguntado cuando íbamos andando hacia el parque y me había fijado por primera vez en lo bonito que estaba el cielo:
- ¿Se puede saber qué miras?
- La Luna y esa estrella.
- No es una estrella, es un planeta.- dijo con autosuficiencia. Eso ya lo sabía yo, pero la niña estaba muy irascible y había decidido estar en contra del mundo en general, así que pasé de seguirle el juego.
- Ya lo sé, pero llevo rallada un montón de tiempo porque no sé qué planeta es.
Y es cierto. Yo antes tenía Júpiter localizado, pero desde este verano llevaba comiéndome la cabeza con ese planeta de al lado de la luna y otro que veía en San Benito, que iba moviéndose a lo largo de la noche: salía por el horizonte, desde muy abajo, por encima de El Casar, que es el pueblo que se ve a lo lejos, y se desplazaba hacia arriba y a la derecha.
- Creo que es Mercurio, o eso me dijo ****. Pero pregúntaselo ahora si quieres.
Sí. En eso mismo estaba pensando. Preguntárselo al imbécil ese que es la única persona en el mundo que parece digno de que le hagas caso.
Cada vez la tengo más lejos. Y cada vez estoy más tranquila. Así que cuando me preguntó por segunda vez, no me preocupó no hacerle caso. Y volví a mi mundo sin que me importara abandonarla en el suyo.
este bien podria ser el ppio de uno de mis libros favoritos... :P
Escrito por Acid a las 7 de Marzo 2004 a las 10:56 PM