5 de Febrero 2004

"...de quien quiso regalar la luna sin preguntar..."

- Toma- dijo, poniendo su masa encefálica entre sus manos- Es entero para ti. En realidad es tuyo desde hace tiempo, y es justo que lo tengas, no sirve ya más que para pensar en ti, sólo reconoce tus olores, y sueña contigo todo el día hasta el cansancio. Puedes hacer con él lo que quieras, ya no hace nada por si mismo.

- Gracias...- contestó ella, bastante poco segura de estar realmente agradecida por tan repugnante regalo. Lo observó sin intentar disimular su asco, que no era porque aquél amasijo informe fuera viscoso, lo cual hubiera sido comprensible dentro de todo. No, lo que le daba asco era el acto de sumisión aquel, esa debilidad tan rotunda. Era la indolencia que provoca tener absoluta potestad sobre alguien a quien no se ama.

Se quedó mirándolo durante un tiempo indefinido, estudiando los repliegues interminables de aquella especie de blandiblú, sin pensar ni reaccionar, para determinar finalmente que le recordaba a un repollo. Un repollo-alien. Volvió súbitamente a la realidad para mirar a quien le había hecho tan singular regalo. No miró con desdén, ni con cariño, tampoco con excesiva atención. Fue más bien como si le hubiese concedido la gracia de aceptar su extravagante ofrenda y quisiera las instrucciones o una demostración práctica:

- Así que ¿ahora, es mío?

- Siempre.

- ¿Puedo hacer lo que quiera con él?

- Claro, es tuyo.

- ¿No te da miedo que pueda estropearlo?

- A estas alturas eso importa poco ya...

- ¿Y no me lo quitarás si le doy algún golpe o...?

- No. No puedo hacerlo.

- Bien, en ese caso...


Fue muy rápido. Sin haberlo premeditado. Hundió en él los dedos y lo aplastó entre sus palmas. No se planteó lo que estaba haciendo, si dolía o si sufriría. Simplemente siguió el impulso de estrujarlo, como si fuera una pelotita anti-estrés.

Resultó su idea algo más desagradable de lo que se había imaginado, así que lo abandonó sobre la mesa, junto a su taza de café, donde daba el aspecto de ser un enorme chicle masticado. Limpió con una servilleta de papel sus manos y olvidó el suceso. No sabía en qué estaba pensando cuando decidió prestarse a semejante experimento.

Y la vio remover el café despreocupada, perdida ya la escasa atención prestada a su regalo, irrecuperable ya. Y vio su crueldad hecha indiferencia. Y eso dolió tanto que ni siquiera sintió el hilo de sangre que destilaba su oído, ni se fijó en que los colores de la tarde de verano iban transformándose en uno solo.

Escrito por RedLabel a las 5 de Febrero 2004 a las 08:28 PM
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