Había grandes ratos en los que sentía el cerebro tan lleno que lo creía vacío, inactivo ante la ingente cantidad de pensamientos que procesar, y el vaso se convertía entonces en lo único existente en este mundo. Contra su pared de cristal, como si ésta fuera una frontera en cuyo interior vivían los sueños, la espuma de cerveza formaba una y otra vez una luna menguante, tan insistentemente como las olas cuando rompen. Mi mente, tantas veces enferma, jugaba a cambiar el blanco encaje de la espuma por un amarillo narciso.
Escrito por RedLabel a las 6 de Junio 2005 a las 03:40 PM