De pequeña me gustaba jugar a las siete y media, aunque para don Mendo fuera "un juego vil y traidor". No había que aprenderse reglas, era sólo cuestión de suerte. Cuando te haces mayor, lo de las siete y media, al igual que la brisca, parece que tiene poco glamour, y te pasas al blackjack y al poker. O al mus en su defecto, que no es glamuroso, pero es más divertido. Será que las palabras con k son más chic, vaya usted a saber.
Blackjack es una palabra bonita, brillante, metálica. Como si fuera nueva, o mejor, como si estuviera bien cuidada. Me recuerda al Johnie Walker Black Label y al Jack Daniels, no sólo por lo evidente, sino porque lo relaciono con su estética en negro, paradójicamente sobria. Suena como si no pudiera existir.
En el blackjack se apuesta al veintiuno, otro número estilizado y punzante como una aguja. Siete es el número del Jack Daniel's. Siete por tres veintiuno. Uno es marzo, dos abril, tres mayo. No siempre se terminó el año en octubre.
Dije que de pequeña me gustaba las siete y media porque no había que aprender reglas. Ya no me gusta el azar, aunque me siga agradando jugar con él en apuestas banales. Tengo pánico al error de cálculo, trato de evitar toda caída que pueda llevarme de vuelta a la locura.
Dicen que tengo buena suerte. A veces me lo creo. Otros días pienso que lo más cerca que estoy de tenerla son los al menos diez "golpes de suerte" que me fumo al día. Una amiga mía tiene la teoría de que no se tiene buena o mala suerte, sino que son inseparables. Se tiene o no suerte y, en el caso de tenerla, te vienen en el pack tanto la buena como la mala. Quizá por eso están también unidas en un solo número, o esa impresión me dió la única vez que logré sacar veintiuno en el blackjack.
Es una gilipollez escribir todas estas cosas que no tienen sentido. Podría dedicarme a algo más productivo. Llevo varios días con muchas ideas, pero hoy sin embargo he pasado la mayor parte del día perdiendo el tiempo inútilmente. Está claro que es mejor que no pare en todo el día. Es cierto que como siga así voy a diñarla, pero por lo menos habré hecho algo interesante.
Ah, una última cosa que no viene a cuento. Hoy he descubierto que el nombre de mi abuelo aparece en un par de páginas en internet. Quién le iba a decir a él que eso iba a ocurrir. Es absurdo pensar en que, cada vez más, cuando algo no está en internet es como si no existiera. Lo único que se puede saber de mi abuelo a través de la red es su nombre y una fecha que nunca conoció. Qué estupidez tan grande son las fechas. Qué estupidez tan grande el eterno retorno, y los círculos. Aunque son tan bonitos que merece la pena contemplarlos, cargar con el dolor de lo perfecto, de lo brillante y de lo nuevo, repetido desde siempre, que va implícito en ellos.
Escrito por RedLabel a las 21 de Mayo 2006 a las 11:40 PM