Otra historia incompleta que acabo de recuperar del montón de trastos que supuestamente estoy ordenando. Quién sabe, quizá se puede continuar y todo.
- Cámbiame- me dijiste.
Por toda respuesta te abracé más fuerte.
- Cámbiame... No aguanto seguir siendo así. No soporto la angustia de no encontrarme, de no ser capaz de ser feliz... Sólo tú puedes ayudarme.
No podía llorar. Pero tampoco podía hablar sin hacerte daño, decirte que estabas fuera de mi alcance, que nadie puede cambiar a otro si no es a base de labrarlo en el dolor. Y a pesar de lo fácilmente que me provoco heridas, siempre procuré mantenerte a salvo de mí.
Así que lloraste, y se me partió el alma durante los eternos minutos que duró aquella tarde.
Siempre vuelvo a aquél día buscando ese dolor que, como a Pedro Salinas, me recuerde tu existencia. Luchando por creer que, una vez, tuve una vida.
Luego vuelvo a la realidad de golpe. Ya casi se me ha pasado, pero durante mucho tiempo deseé que ese golpe fuera más duro. Que fuera una bala que acabara con todo, cruzando mi frente en busca del bulbo raquídeo.
Todo terminó hace mucho. Cuando te fuiste me quedé como un redentor sin nadie a quien salvar, absurda y sola en una barca. Metabolicé toda tu hiel, que sigue en mi cuerpo mientras que tú eres feliz y libre. Merece la pena tragarme tu ración de dolor, aunque sea sólo por constatar que estás más guapa que nunca.
Me quedaron muchos recuerdos. Siempre lo guardo todo "a fin de acordarme" hasta del más leve detalle. Pero cuando tuve que sobrevivirte traté de aislarlos, y poco a poco se han ido yendo. Tus caricias y tu risa no parecen más que ficciones. No conozco ya con exactitud cómo era tu piel, tus labios, el olor de tu colonia. Tu olor a almendra amarga.
Poco sabía de tu olor a almendra cuando te conocí. Y del de tu colonia apenas me llegaban vaharadas, porque jamás te tenía más cerca que a un metro y usabas tan sólo una pizca. Me ponía muy nerviosa tu presencia, salía mi vena insoportablemente tímida y no decía más que tonterías sin sentido. Parecías no darte cuenta. O, por lo menos, era la única razón que se me ocurre aún hoy para que insistieras en hablar conmigo cada vez que me veías. Pasábamos largos ratos enfrascadas en conversaciones banales y, con frecuencia, algo surrealistas.
Y llegaba un momento en que ya no sabía cómo colocarme. Cruzada de brazos, apoyada, sujetando la carpeta... Fumando compulsivamente cual carretero, y cagándome en todo si se me acababa el tabaco. Fumar siempre ha sido una opción socorrida en mis momentos de timidez. A la mayoría de la gente les calma y da un aire de naturalidad. Yo, sin embargo, en ocasiones advertía con horror que todo el humo de mi cigarro iba directo a tus narices, y me dedicaba a dar manotazos para dispersarlo desesperadamente. Daba la ridícula sensación de que trataba de mantenerte el aura limpia de moscones, y seguramente me aportaba más bien poco glamour.
Fui confiándome con el tiempo, eso sí, porque las primeras veces huía despavorida, y ni cigarro ni gaitas. Estaba convencida de que tendrías algo más interesante que hacer, y de que, si pasaba más de cinco minutos mirándote intermitentemente a los ojos, te darías cuenta de que algo ocurría. Qué distintos nos hace sufrir. El cinismo no deja que me conmocione ya nada. Nunca he vuelto a sentir lo mismo al mirar unos ojos, y menos desconocidos. Ahora soy capaz de mantener la mirada de unos ojos bonitos, pero no de desearlos así, he perdido el miedo y la ilusión en una misma apuesta. Los tuyos eran como un imán que atraía y repelía mi mirada de forma alterna. La primera vez que te vi, ojos verde claro y sonrisa en ristre, me quedé clavada en la silla. No sabes lo que daría por volver a aquel momento.
Nuestros fugaces encuentros tenían siempre lugar en la universidad. Un día, atacada de locura transitoria, te ofrecí quedar a tomar unas cañas o un café. Ni que decir tiene que a mitad de frase había perdido todo atisbo de valentía, y que, aunque aceptaste con bastante entusiasmo, me aliviara que el plan quedara proyectado para "uno de estos días". Esa indefinición me dio valor para repetir la proposición en varias ocasiones, sabiendo que difícilmente se cumpliría.
Así que no esperaba en absoluto que un día, al repetir el consabido "a ver si un día de estos nos vamos de cañas" contestaras con un: "oye, ¿y si vamos hoy, que salgo antes?". A partir de entonces empezamos a quedar con frecuencia después de clase, y aquellas cañas se convirtieron en toda una institución. Bueno, quizá es exagerar, pero ciertamente para mí era todo un logro. Dejémoslo si acaso en que era una "mini- institución".
Pero la "mini-institución" nos permitió empezar a hablar de muchas más cosas o, mejor dicho, empezar a hablar de alguna, dejando atrás mis tartamudeos indescifrables sobre temas banales. Una amiga mía mi dijo una vez que cambio mucho tomando cañas. Para ser más exactos, dijo: "Sí, te vuelves como... no sé, simpática y divertida cuando bebes." La verdad, prefiero pensar que es porque me encuentro relajada en ese ambiente...
Me encanta hablar de temas trascendentales, pero a menudo mi mente es excesivamente compleja hasta para mí, y me bloqueo y soy incapaz de transmitir lo que pienso. En esa situación extraña me encontraba, algo pensativa y callada, mientras la acercaba en coche a casa uno de aquellos días, ya avanzada la tarde. Me preguntó que qué me pasaba.
- No lo sé. Es que es muy raro. Soy muy complicada
- Sí, bueno- te burlaste.- Inténtalo, anda.
Juro que lo intenté. Pero tras unos balbuceos ininteligibles acabé riendo.
- No puedo. Es que me pone nerviosa hablar contigo- dije sin pensar.
Por que, en efecto, me seguía poniendo nerviosa aunque ya no me dedicara a limpiarle el aura.
Ella también rió, aunque me preguntó algo sorprendida:
- ¿Que te pongo nerviosa? Pero, ¿por qué?
Fue entonces cuando caí en la cuenta que era un error bastante estúpido eso de hablar sin pensar.
- No lo sé. No suele pasarme con nadie.- (nota mental nº1: "mierda, lo acabo de arreglar")- Pero contigo siempre me pasa,- (nota nº2: "joder, ¿cómo se sale de éstas?")- estoy siempre temiendo soltar alguna gilipollez...- (nota nº3: "ay, Dios...") Para ese momento me poseía la risa nerviosa, y estaba tensa por momentos.
Nuestros secretos nunca están tan ocultos como nos gustaría. Estábamos dentro del coche, detenido en doble fila delante de su portal desde hacía rato, pero en unas milésimas de segundo el escenario se transformó en otro radicalmente distinto, como si nos hubiéramos trasladado a una ciudad extraña y nueva, en la que todo daba vueltas a mi alrededor, y yo ya no habría acertado a decir dónde nos encontrábamos. Aquella situación se prolongó durante el tiempo que transcurrió entre que ella captó el mensaje y se dedicó a jugar con la ambigüedad de las palabras que aún no habían sido dichas, cautivadora y maliciosa, divertida e interesada.
Colocó su mano sobre la mía, incautamente posada sobre el cambio de marchas, con la excusa de tranquilizarme.
- Pero tonta, ¿por qué te pones nerviosa?
Habría bajado la ventanilla para que me entrara aire de haber podido moverme.
- Ya ves...- articulé con dificultad.
Me acariciaba levemente el dorso de la mano, divertida con mis nervios, guapísima en su recién adquirido papel provocativo.
Aún fue capaz de añadir, la muy cínica:
- Y... ¿puedo hacer algo por tranquilizarte...?
- Me temo que no- reí.
Comenzó a jugar a delimitar mis dedos y a hacerme cosquillas por el brazo.
- ... pero ponerme histérica, sin embargo, se te da genial...
Soltó una carcajada, tras la que volvió a clavarme la mirada, más intensamente todavía, para decirme, ya cargada de intención:
- Así que... te pongo nerviosa.
Claudiqué, y agaché un poco la cabeza con la esperanza de que se me encogiera el cuello como a una tortuga.
- Sí - admití refunfuñando.- Me pones nerviosa.
Rió de nuevo, y me atreví a mirarla. Su sonrisa era preciosa, y sus ojos tan bonitos como sólo lo están cuando se está feliz. Soy rematadamente idiota y de lágrima fácil, y probablemente me hubiera echado a llorar al verla así, de no ser porque comenzó a acariciarme la cara y a jugar con mi pelo, dándome la oportunidad de besarle la mano. Y se acercó a besarme en la mejilla y la besé en los labios. Ninguna de las dos recordamos después cuánto tiempo transcurrió, pero era ya de noche cuando un hombre, algo cortado, nos interrumpió para pedirnos que apartáramos el coche y le dejáramos desaparcar.
[...?]
Escrito hacia febrero de 2006, creo.
Escrito por RedLabel a las 9 de Julio 2006 a las 08:57 PM