La amnesia es una bendición escasa. Yo, por lo menos, siempre me quedo con ganas de más. Y la envidia me corroe al ver a tantos amnésicos felices a mi alrededor. Ignorándose hasta a si mismos, convencidos de que, si fingen que no existió, el pasado realmente cambia. Y lo hace. Si lo que cuenta es sólo el hoy, lo que ahora se siente, es cierto que el pasado puede borrarse al antojo.
Y la tentación de creerse las imágenes nuevas siempre es muy fuerte.
Mañana no habré vivido nunca en Madrid. O quizá sí, pero en otro distinto. En uno estancado en un día de septiembre por la mañana, temprano. O el mismo día en Roma, antes de empezar octubre. O en una ciudad que no exista, que se pierda mientras avanzas, construyéndose y destruyéndose al ritmo de tus pasos sin que lo sepas.
Si eso ocurre algún día, espero ser lo suficientemente feliz como para no darme cuenta de que ya no reconozco Madrid. Deberíamos poder autodestruirnos hasta alcanzar ese límite.
Pero a pesar de todas estas palabras, no quiero olvidar. Lo único que quiero es que aumente el dolor que no soporté. Y no tengo nada que olvidar, más que el dolor en si mismo.
Escrito por RedLabel a las 11 de Septiembre 2006 a las 08:36 PM