(...o de cómo descubrí sin sospecharlo que existe la actividad mental a las 7 de la mañana)
Leyendo la cartelera en el suplemento de cine del periódico, durante el desayuno, me he dado cuenta de un par de cosas. Una, que estoy de mucho mejor humor que cuando me tomo el café leyendo las noticias del día anterior, sin duda; otra, que echo de menos ver pelis buenas, o, mejor dicho, echo de menos centrarme lo suficiente en una película como para que me fascine.
Antes, quieras que no, tenía una remota idea sobre el tema: sabía qué películas se estrenaban, qué actores existían. Y ahora, me ocurre como cuando pasa por mis manos alguna revista del corazón, que no tengo ni zorra idea de quién es ninguno de sus protagonistas.
Hubo una época en la que incluso tuve cierto lustre sobre cine clásico, debido a mi primo, verdadero cinéfilo, que, con la insistencia de un instructor (o de una mosca cojonera, según se mire), trataba de inculcarnos las perlas de sabiduría que extraía de sus conocimientos. Utilizaba para ello un método único, sólo comparable al plan de reinserción de La Naranja Mecánica, que consistía en atraparte por sorpresa y someterte a un visionado de algunas escenas míticas de distintas películas. Lo habitual era que estuviésemos en su casa tomando una copa tranquilamente, una noche cualquiera de fin de semana y que, de pronto, a eso de la una y algo, una voz atrajera la atención del grupo, apagando el resto, y dijera de forma determinante:
- ¡Es la hora de Alfredo García!
- ¡No, por Dios!- normalmente, sólo dos voces femeninas.
Entonces, un sinfín de cortes pasaban ante nuestros ojos, mostrándonos las escenas más selectas de su filmoteca. Comenzaba casi invariablemente por Quiero la cabeza de Alfredo García, de Sam Peckinpah, de la que gustaba deleitarnos, sobre todo, con el despertar del protagonista matándose las ladillas con aguardiente, entre muchas otras. Otra época dio en ponernos el principio de Lolita en versión original subtitulada, con lo que pasó a nuestro vocabulario más inmediato la frase del alcoholizado personaje de Peter Sellers: "Rrrrroman ping... and you're supossed to say: roman pong." También vimos múltiples veces El Crepúsculo de los Dioses, tan sólo hasta el célebre entierro del mono, o la escena del circo de El Hombre Elefante.
Ciertamente, a pesar de las ganas de estrangularle que te entraban a veces cuando aparecía con una cinta en la mano y acababa con cualquier conversación en la que estuvieras inmersa, el recuerdo de esas noches es único. Debo además tener en cuenta que gracias a él he podido disimular siempre que no tenía ni puta idea de cine, y también, escapar de algunas conversaciones de cinéfilos plúmbeos, que insistían en debatir conmigo sobre películas que no conocía, y que enmudecieron al relatarles la escena de las ladillas de Alfredo García, supongo que por distintas razones en cada caso. Recuerdo también, por otro lado, a una de las personas más dulces que he conocido riendo a mandíbula batiente con tal historia: mi tutora del trabajo de fin de carrera. Lo que no sabría explicar es qué me llevó a contarle tal relato a una profesora de mi universidad.
Lo que me ha traído a la memoria todo esto es que he visto en la cartelera Blade Runner, en el Kinépolis, que, por supuesto, engrosaba con el resto la "Muestra de Escenas Básicas del Cine" de mi primo (supongo que no hace falta decir con cuál competía: "He visto cosas que vosotros no podríais imaginar..."). La verdad es que lamento mi incultura. Todos aquellos cortes se me han quedado grabados de manera indeleble y, sin embargo, no llegué a ver completa casi ninguna de las películas a las que pertenecían.
He recordado, sirviéndome una segunda taza de café tranquilamente, todas esas otras de las que sí puedo opinar, porque me las habré tragado entre una y ochenta veces. He intentado también recomponer mi lista mental de actores favoritos, comprobando con disgusto que he bajado mucho el listón de mi criterio, pues todas eran actrices, y no creo que todas destacaran por su calidad interpretativa. Era muy temprano, y no daba con ningún actor cuya interpretación me hubiera impresionado realmente, hasta que me he acordado de Johnny Deep interpretando a Doc Holliday en Tombstone; tísico, alcohólico, inteligente y con mala estrella. La escena en que cruza insultos en latín con otro pistolero no tiene desperdicio, pero la que verdaderamente me impactó fue la de su duelo en solitario (en solitario no porque fuera contra sí mismo, obviamente, sino porque no me refiero al O.K. Corral). El tiempo se detiene mientras los dos pistoleros comienzan a dar vueltas en círculo, tentativamente, mirando al otro a los ojos; y en ellos se reflejan perfectamente sus ánimos, sus pensamientos, hasta convertirlo en una lucha mental en vez de física. El desafío, el pulso, la determinación, el miedo. Un duelo a sufrimiento, aunque sea un concepto de otra peli.
Total, que me saquéis un poco de la monotonía de mi vida, a ver si organizamos unas sesiones de cine o algo, eso sí, apartando cuidadosamente de la elección de la película a dos que yo me sé (es una discriminación totalmente fundada, y lo sabéis! ¡Guardo las pruebas!). Y hasta que eso ocurra, y suponiendo de manera optimista que hayáis llegado hasta aquí, llenadme un poco el blog y contadme alguna escena que os haya impactado, o recomendadme alguna peli.
(Y siento la calidad de las fotos, me encantaría poner otras mejores, pero no me apetece).
Escrito por RedLabel a las 4 de Diciembre 2007 a las 09:41 AM
Puta ¬¬
Pues te iba a decir que fuésemos a ver Blade Runner (aunque, ciertamente, tu primo te la ha jodido xD·)
La mejor escena de la historia del cine es esa de la piscina de la mejor peli de la historia del cine.
Splash, splash, splash... tengo paranoias...
xDDDD
Yo creo que puedo pasar a engrosar la lista de personas que NO deben recomendarte pelis. Quicir, me gusta Sonrisas y Lágrimas y Star Wars a partes iguales, eso debería darte pistas xDDDD
Escrito por zupe a las 5 de Diciembre 2007 a las 09:32 AM