Hay dos cosas que hago invariablemente cuando echo a alguien de menos: copiar sus gestos y buscar su rastro en internet. Últimamente, no me doy cuenta de que siento la ausencia hasta que me encuentro, de pronto, haciendo una de las dos. Supongo que se trata de recabar y fijar toda la información que pueda, intentando que permanezcan conmigo o en mí lo más posible. Si el olvido es inexistencia, ausencia, supongo que esta acumulación de datos es una desesperada acumulación de presencia. Un poco absurda, la verdad, porque resultaría mucho más veraz rememorarles, con mi propia vivencia, que aferrarme a pesquisas mínimas, a informaciones exiguas que me presentan esbozos de lo que una vez conocí de una pieza, de manera real y rotunda. Es miedo al dolor del recuerdo, o temor a no haber llegado a una comprensión completa de la esencia, o ambas, o qué sé yo. Al fin y al cabo, cuando no comprendo algo también llevo a cabo una pormenorizada búsqueda de información que, al estar orientada de este modo, suele alejarme cada vez más de entender algo.
No sé qué perra tan fuerte me ha dado a mí con tener miedo a todo.