Hay muy pocas cosas de las que he hecho por las que me haya sentido orgullosa. No es porque considere que todo lo hago mal, ni porque lo haga realmente mal; supongo que, simplemente, para sentirme orgullosa de algo hecho por mí misma, no debe afectar al resto del mundo, sino ser algo total y absolutamente privado. Hay pocas cosas en mi vida, por no decir ninguna, que sean total y absolutamente privadas. Y da la impresión contraria; todo el mundo cree en mi independencia, menos yo, que no la encuentro.
Una de las cosas que me hizo sentirme orgullosa fue el trabajo de fin de carrera. Estudié, aprendí y, por una vez en la vida, escribí algo con principio y fin, algo que tuviera sentido. Hice algo que tenía sentido, totalmente de acuerdo con mi forma de pensar. También hay pocas veces que haga cosas con sentido, en eso estaréis de acuerdo.
Ya no me siento orgullosa del trabajo de fin de carrera. Acabo de encontrar un montón de notas, de meditaciones sobre él, y ya no las siento como mías. Mi tutora dijo que lo releyera cuando lo sintiera más lejos, cuando pudiera cogerlo como si lo hubiera escrito otro, y pudiera verlo de manera más objetiva. Supongo que ya podría hacerlo, pero tengo miedo de no tener piedad en mi crítica. Ya no entiendo todas las cosas que escribí, me resulta difícil perderme en conceptos tan difíciles. Ya no quiero pensar con tanta intensidad que me impida vivir.
Estoy metida en otras guerras, en otra vida totalmente distinta de la que llevaba hace dos (joder) años. No sé cuántas vidas me quedan, y este año he empezado a olvidar las anteriores, en no encontrarlas tan importantes. No sé tampoco cuántas vidas que no tendré nunca me quedan por inventarme, pero se me antojan pocas, porque no tengo ganas de creerme lo que invento.
Y cada vez tengo más claro que algo va a cambiar, aunque aún no sepa qué.