(Anécdota muy triste y día depre en general, aviso para el que no deba seguir leyendo)
Hace unos días se coló un gatito en el curro. Me crucé con el señor de mantenimiento justo cuando estaba sacándolo de la fábrica. Le entretuve durante los siguientes veinte minutos, tratando de convencerle a él o a C, con la táctica de encogerles el alma, para que se lo quedaran, aunque sin mucha insistencia. Incluso me planteé vagamente cómo sería vivir exiliada, que es lo que me habría ocurrido de aparecer con él en casa. Estaba bastante deprimida ese día, entretenida con una visión nihilista devastadora del mundo, así que, aun sabiendo perfectamente lo que significaba, no sentí angustia cuando decidimos dejarle suelto, y engañé a C diciéndole que allí estaría bien.
(De hecho, creo que ni siquiera siento angustia ahora; pero pienso que es porque mi retardo responde a unas razones, y que debo ser paciente. Eso es otra historia.)
No voy a entrar en detalles, porque trato de evitar dar cancha a ese gen heredado de mi madre, que consiste en buscar el lado más triste a cualquier historia hasta dejarte con el corazón en un puño. Simplemente, se ha muerto, unos metros más allá de la puerta exterior, y le he reconocido al salir a medio día del trabajo. Y me ha entrado una llorera monumental, y no he sido capaz de parar hasta tres cuartos de hora después, al llegar a casa.
He pasado parte del resto del día jurándome que no iba volver a sentirme así en la vida, aunque tenga que convertir mi casa en un centro de acogida de avichuchos y gente rara, o matarlos con mis propias manos. He gastado otra gran parte en bloquear todo sentimiento medianamente humano, y en seguir desmenuzándome como llevo haciendo desde tiempo atrás. He pensado en la soledad, y he llorado un par de veces más.
Y por último, he estado media hora jugando con mi gato. No sé si parece ridículo o psicótico, o ambas, pero cada gesto que ha hecho en el juego, o un par de veces que ha maullado, me ha hecho sentir tan culpable que he tenido que dejar de mirarle. Y sé que esto no va con él, que ni sabe ni le importan todas estas pajas mentales mías; sé, incluso, que quizá debería consolarme verle y pensar que a él sí le recogí. Pero no soy capaz de hacerlo.
Al menos, eso me hace entender muchas cosas, de la manera más dulce de la que soy capaz de explicármelas.
Hoy estaba un poco hecha una mierda, y venía empeñada en escribir. No aquí, o al menos no necesariamente, sino en cualquier parte, en los cuadernos azules, en algún folio, en donde fuera.
No lo he hecho. No creo que lo haga. Pero no siempre hace falta escribir algo para sentirte mejor o para expresarte. No siempre hay que vomitar información. No siempre hay que hacer un saque. Así que, por un día, os dejo algo que realmente merece la pena y me quedo con la pelota.
(Siento no haber pedido permiso, pero si la autora no se enfada prometo ir a recogerlas el año que viene a Buitrago xD)