Siempre supe que huir no sirve de nada, porque todos los problemas de los que intenté escapar los llevaba puestos, clavados dentro como un anzuelo, creados desde mí misma. Pero a veces la razón (y mi sistema nervioso en general) se destruye y, como todo animal asustado, sólo quiero correr hacia algún lugar oscuro o lejano. Un lugar donde el anzuelo, aunque no desaparezca, se enquiste y se convierta en dureza. Y entonces me imagino en cualquier sitio que significara un proyecto nuevo, una vida distinta y reluciente. Los mil brillos que me prometí un septiembre en Roma y que espero cumplir algún día. Aquel Madrid, despertando entre el sol y las calles mojadas como renacida, que una desconocida me enseñó a ver. O simplemente, los jardines de Cecilio Rodríguez, un sueño donde a veces el resto del mundo desaparece y solo quedan fuentes y pavos reales lanzando su grito triste.
Guardo infinidad de cosas con el objetivo de atar hasta el más mínimo recuerdo que me sea posible. Pero a veces me gustaría recordar un poco menos a cambio de no sentirme acabada tan a menudo.
Sólo estoy cansada, y a lo lejos alguien canta.
Sólo digo palabras absurdas. Y cosas que sueño que no pienso.
Internet fomenta el resto de mis adicciones.
Sí, hasta la peor, que me absorbe cada vez que creo haberme repuesto.
Ya no tengo adicciones creativas, ya no...
Antes devoraba libros. Escribía páginas y páginas absurdas. Incluso pensaba por mí misma.
Últimamente tengo cambios de humor más bruscos que nunca. Tan pronto creo haber encontrado un equilibrio, como me derrumbo en medio de la desorientación más absoluta. Me planteo metas de las que me creo capaz y que no logro ni a corto alcance. Hablar más, escuchar más. He estado cinco días en medio de un mutismo absurdo, que no llegaba a ser incómodo pero era surrealista. Que pensado, era triste. Una barrera invisible que no conseguía traspasar.
Ganas de aprender. Ganas de olvidarlo todo. Ganas de seguir adelante. Ganas de que todo siga adelante sin contar conmigo. Ganas de salir por ahí, y de no coger el teléfono en los próximos dos años. Fuerzas y agotamiento que me acometen de igual forma espídica. Y la verdad es que me asusta tanto cambio brusco. Pero supongo que es un paso. Que todo son pasos.
Y ahora voy a ver si consigo dejar de hacer el imbécil en internet y me pongo a redactar dos puñeteras páginas que tenía que haber entregado hace dos meses y medio. Es la vez que más he apurado el margen de entrega, me temo... Excepto el de los libros de la biblioteca pública, claro.
Hoy, "ordenando" las montañas amenazantes de papeles que crecen por lo que fue el suelo de mi cuarto, he encontrado algo que escribí. He estado a punto de tirarlo sin querer, porque está en una hoja en sucio y no lo había visto, pero en fin, aquí está. He considerado que si se había salvado de la quema por tan poco debía darle su "minuto de gloria". Aunque a este paso la introducción va a ser más larga y le va a quitar protagonismo, al pobre... Bah, tanto rollo para esta bobada, si es que nunca sé cuando callarme.
No sé si es pretencioso pensar que un día te pararás y te preguntarás por todas aquellas frases que te escribí y que jamás llegaste a leer, y que ya están borradas con un eco. Estoy segura de que hay cosas más importantes que se han perdido del mismo modo. En un tiempo en el que todo parece recuperable y las copias nos garantizan la eternidad (copia de seguridad, fotografía, clonación), suena ridículamente absurdo que una vez existiera una frase que ni siquiera está ya registrada en mi cerebro.
¿No es irónico que no recordara haberlo escrito? Es un tema que me agobia, olvidar cosas a las que me gustaría aferrarme. Cuando no recuerdas qué es lo que has hecho durante un año, te queda la sensación de no haberlo vivido, y es horrible...
Por lo demás, está lloviendo en Madrid, y eso me encanta. Con un poco de suerte, mañana la ciudad parecerá que está como nueva...
Odio el odio que se emite en silencio. Estoy cansada de mi papel. Estoy cansada de que cada cual me cuelgue el papel que le da la gana. Sólo quiero perderme. Por tiempo indefinido. Que me deje todo el mundo en paz. No quiero responder más preguntas ni obligarme a hacérmelas. Ni quiero saber, ni sentir, ni ser sentida, ni doler, ni nada.
Supongo que la ironía (porque todo la tiene siempre) es que yo he hecho lo mismo cientos de veces de forma implacable.
Estoy tan harta otra vez...