Para alegrar un poco el tono de este blog, voy a dejaros un texto que me encantaba de pequeña. Es de Roald Dahl, del libro ¡Qué asco de bichos! . La pega es que es en verso, y aunque la versión en español es muy graciosa, me encantaría encontrarlo en inglés... En fin, que no me enrollo. La edición es de Alfaguara, y la traducción de M. Puncel y M. A. Diéguez. Disfrutadlo!
Una familia rica, en San Francisco,
tenía un hijo bárbaro y arisco.
Su nombre era corriente: Bill-John,
y era bajito, feo y tontorrón.
El padre, gran magnate poderoso,
mimaba y consentía a su mocoso
y todo lo que Billy-John pedía
inmediatamente lo tenía.
Estaba el chico aquel muy mal criado
de puro consentido y regalado.
Tenía todo aquello que quería
y era su casa una juguetería.
Tenia cien pelotas, mil balones,
tenía los muñecos a montones,
aviones, trenes, coches, construcciones,
cinco radios y tres televisiones.
Tenía saxofones, clarinetes,
cien juegos de ping-pong, tres patinetes,
ositos de peluche que bailaban
y pájaros de trapo que cantaban...
¡Mil millones de chicas y chicos
se sentirían con aquello ricos!
Pero a cada momento Billy-John
mostraba su profunda frustración:
- ¿Qué me falta, qué más puedo pedir?
La verdad es que hay poco que elegir...
Estoy ya más que harto y aburrido,
¿habrá algo que resulte divertido?
La nuca se rascaba (cosa fea)
por si encontraba alguna buena idea...
- ¡Ya sé perfectamente lo que quiero!
¡Lo que me falta es un oso hormiguero!
Tan pronto como el padre se enteró
cien cartas de este tipo redactó:
"Mi muy querido amigo y Director
del parque zoológico.
Señor:
habrá usted de saber que necesito
un buen oso hormiguero, el más bonito
que pueda usted mandar sin dilación
en barco, en bicicleta o en avión.
No importa lo que cueste, yo soy rico
y quiero regalárselo a mi chico."
Llegaron las respuestas, más de ochenta:
"No hay osos hormigueros a la venta".
Aquel rico magnate enfureció,
rabió, gritó, juró, pataleó...
y al fin varios mensajes como éste
mandó de norte a sur y de este a oeste:
"Daré lo que me pidan en dinero
a cambio de cualquier oso hormiguero"
Y al cabo de unos días recibió
la epístola que un indio le mandó.
Vivía en Nueva Delhi, en una choza
recóndita, entre escombros, barro y broza,
y el dueño era de un gran oso hormiguero
que siempre fue su amigo y compañero.
"Daré de muy buen grado este tesoro
a cambio de un millón en rupias-oro."
El pobre oso hormiguero fue vendido
y a San Francisco en barco transferido.
Llegó hasta la mansión de Billy-John
a punto de morir de inanición.
Estaba el pobre bicho muy hambriento
y dijo con su más humilde acento:
- Nadie cuidó de mí en la travesía,
tengo tanta hambre y sed que lloraría.
Dadme un poco de leche o pan o queso,
o dadme una patata, ¡o dadme un hueso!
Le dijo Billy-John:- ¡Ni pan ni migas!
¡Vete, so grandullón, y caza hormigas!
El pobre oso hormiguero se arrastró
y el parque sin descanso recorrió,
pero no descubrió con qué aplacar
el hambre que le hacía berrear:
- ¡Tengo un hambre feroz, quiero comer!
¿es que me quieres ver desfallecer?
El chico se burló:- ¡Ay, no me digas!
¡Si tienes a millones las hormigas!
Y justo en ese instante, ¡qué sorpresa!
¿quién entró en el jardín? ¡Doña Vanessa!
Una señora anciana y nariguda,
huesuda y una pizca bigotuda.
El niño saludó a doña Vanessa
y la invitó a comer pastel de fresa.
Entonces recordó al oso hormiguero
que estaba bostezando en el sendero.
- Levántate, animal, ven y saluda!
- gritóle Billy-John con voz aguda-.
¡Levántate y saluda a nuestra amiga!
¿Querrás que ochenta veces te lo diga?
- ¿Hormiga has dicho? Dime, ¿has dicho hormiga?
- dijo arrastrando el oso la barriga-.
Pues si ésa es una hormiga estoy contento,
¡ya es hora de que tome yo alimento!
Se alzó sobre sus patas con trabajo
y caminó sin más, sendero abajo.
Tenía el pobre bicho tanta hambre
que en las tripas sufría de calambre.
Tenía la piel fría, los pies flojos
y una nube delante de los ojos.
Se acercó a la señora poco a poco
y la miró con gusto, ¡un gusto loco!
- ¡Es una hormiga enorme! ¡Qué gigante!
¡Qué desayuno tan refocilante!
El nene se asustó a ver su mirada
y gritó con su voz más destemplada:
- ¡Que no, bicho, que no, que no es hormiga!
¡He dicho que Vanessa es una a-mi-ga!
Mas no sirvió de nada. El oso fiero
cargó sin vacilar. Voló el sombrero.
Pescó a doña Vanessa por el pelo
y la alzó por los aires en un vuelo.
Después, con ademanes remilgados,
se merendó a la anciana en dos bocados.
Y dijo luego a modo de cumplido:
- Es la mayor hormiga que he comido.
El chico se quedó tan aterrado
que pensó en refugiarse en el tejado,
pero tan cerca estaba el hormiguero
que llegó sólo hasta el invernadero.
Metióse tras la pila de mantillo
y allí se echó a llorar, ¡pobre chiquillo!
- No me meriendes, oso, yo te quiero,
eres el hormiguero que prefiero...
- Es inútil, no quiero ningún trato
-dijo el oso-. Serás segundo plato.
(La separación esa entre estrofas la he puesto yo para que no quedara muy mazacote, sorry)
El picaporte ha sonado como una campana cuando lo he rozado con las llaves. Pero ya me estaba marchando, y su aviso no anunciaba ninguna llegada.
Llegar, llegaba antes, cargada de recuerdos que me duelen por antiguos. Como si fueran clavos oxidados que se me retuercen dentro.
Hoy me han mordido las palabras que no he dicho. Estabas en el sofá que tanta veces he ocupado. Y ahí estaba yo, echándote de menos como una imbécil. Echando de menos las risas, las conversaciones profundas que ya no tengo con nadie. Bueno, a veces las tengo con gente que acaba de conocerme. Me salen a borbotones palabras anteriores y pensamientos pretéritos inválidos. Pretérito imperfecto.
Te has dormido sin que pudiera gritarte lo que siento. Sin poder decirte que vuelvo a sentirme sola como cuando hablábamos de literatura, cuando nos admirábamos mutuamente y pensaba que eras gay porque te gustaba Morrisey. Las vueltas que da la vida...
No es nada personal. No es sólo que te echara de menos. Supongo que es sólo que me siento sola e imbécil. Supongo que es que no me gusta afrontar la realidad yo sola, y que con mis antiguas compañías se hace menos árido. Pero cada vez es más difícil encontrar a alguien que me sepa arrancar un par de palabras, porque los hombres no saben lo que buscan.
(...)Mi imaginación está cansada de ser algo útil. Ella era libre y yo la volví esclava. Ella era mi casa de mentira, aquella en la que vivía cuando todo era árido. Hasta que empezó a imaginar infiernos. (...) Mi imaginación está hasta los cojones de mí. (...) De las verdades que no quiero conocer y que le obligo a contarme. La torturo hasta que me cuenta lo que no quiero oír. Hasta que las palabras banales repican como campanas que a mí me doblan a muerto.
(...)Y no quiero escribir más. Sólo me quiero dormir convirtiéndote una rosa blanca en roja.(...)
(Estracto de lo que he escrito sin saberlo)
______________________________________________________________
Enero de 2006: hace ya un huevo de tiempo de todo, así que he pensado que no importa que complete los "agujeros" y que, total, lo de rellenar estos huecos pasará desapercibido. Es que he encontrado por ahí la hoja en que lo escribí, y me ha chocado. Así que eso, ahí va.
Yo no me imagino nada. Es decir, nada que haga que me merezca la pena volver a ninguna parte. Nada que me diga que puedo volver a aquel lugar que añoro. Todos mis deseos se convierten en polvo antes de que los toque el aire. Antes de haber superado el límite de mi imaginación, que antes me refugiaba, se han convertido en metal que me punza fuertemente. Que brutalmente me golpea. Que me fuerza a no tener deseos nunca jamás. A no querer imaginar nada porque la realidad me destroza. Mi imaginación está cansada de ser algo útil. Ella era libre y yo la volví esclava. Ella era mi casa de mentira, aquella en la que vivía cuando todo era árido. Hasta que empezó a imaginar infiernos. Hasta que empezó a imaginar besos que eran reales sin saberlo. Hasta que tuvo que inventarse la verdad que se le escapaba como agua. Mi imaginación está hasta los cojones de mí. De mis celos. De las verdades que no quiero conocer y que le obligo a contarme. La torturo hasta que me cuenta lo que no quiero oír. Hasta que las palabras banales repican como campanas que a mí me doblan a muerto. Retuerce las palabras hasta encontrar sentidos que no creyeron tener y que sin embargo tenían. Oculto en sus sombras, en sus tripas. Oculto. Oculto. Oculto como intento mantenerme. Oculto como no soy capaz de hacerlo. Oculto como las mentiras que llevo dentro. Oculto, tan encerrado en mí que me mata cuando me rasga alguna sonrisa en su huída no consumada.
Yo no imagino nada porque no quiero. Porque prefiero imaginar otras cosas. Porque prefiero los recuerdos a estas pesadillas que me queman a veces. Yo ya no puedo poner el alma en las letras, ni en las putas manos. Porque le hundo los dedos hasta convertirla en nada, en un amasijo de sueños horribles, En humo de cigarro, en manchas de tinta. Como las mías, que me mostraban pájaros torturados. Querría ser capaz de sentir todo el sufrimiento del mundo, y sentirlo de una vez, y no esta agonía de no poder sentirlo nunca. Quiero matar mi alma de dolor, y no esta agonía lenta, que me quema, que me destroza cada vez que no soy capaz de sentir, que me vuelve mueble, que me vuelve insomne, que me vuelve trasto e imbécil. Quiero ser una letra que sangre sin sentir. Quiero ser ese puto verso y no saberlo, ser el porqué y no tener conciencia de ello. (...) Quiero sentir, por Dios, no tener límite.
Y también quiero que no me duela. No puedo evitar ser así. No puedo evitar no querer sufrir, al tiempo que lo quiero. Quiero ser el ruiseñor...
Quiero que me acunes. Pero allí, en otro tiempo, aquel momento en que mi imaginación ya no me traicionaba. ¿Por qué? ¿por qué ya no me quieres? ¿y por qué no fui capaz de sentir? ¿por qué cuando ocurrió de forma tajante pensé que no había salida? ¿por qué no fui capaz de mantenerte? ¿por qué coño no conté tus lunares...?
¿Y por qué estoy demasiado cansada como para quererte? Quiero llorar desesperadamente... Pero no quiero que lo sepas. Es que no puedo hacerte esto. (...) Ojalá hubiera sabido hacerte feliz.
Quiero ser ese verso, y no tener conciencia de nada. Ser un verso entre mil, de los que la gente repite, de los que se convierten en el sentido de la vida de alguien. Pero no saben nada. No les pesa nada. La palabra rosa sigue feliz en el diccionario sin saber que ha destrozado al Principito. La palabra bellotero sigue en el limbo sin saber que alguien ha destrozado el idioma con ella. La palabra frío, y blanco, y muerte, y espada, siguen siendo sólo columnas en las que apoyar el dolor del mundo. Y mis lágrimas son sólo gotas con las que mi cerebro me engaña hacíendome creer que con cada una se va una pena. Que cada lágrima es un milímetro que estás más lejos de mi pensamiento.
Dios mío, ni siquiera yo sé lo que te quiero. Habría querido llevarte agua en la oscuridad cada noche. Pero no sé mostrar pasión. Soy una inválida que no te llega. Y lo más triste es que ni siquiera soy capaz de ser sincera contándome las cosas. No soy capaz de ponerme tranquilamente a explicarme todo.
Y no quiero escribir más. Sólo me quiero dormir convirtiéndote una rosa blanca en roja.
[nota a posteriori: quizá llegar al umbral del dolor es horrible (al umbral del dolor de ese momento, vamos, porque seguro que en el futuro es superado). Pero la sensación de tocar fondo o, mejor dicho, recuperarse como Dios te da a entender de esa impresión de haber llegado al límite, tuvo un no sé qué que me hizo sentir que me redimía. Aunque no sepa muy bien de qué pecados.]
Te estaba mirando esta tarde. Tú ni siquiera recordarás que lo hice. Me aprendía tus gestos recién inventados, que cambian cada dos o tres días. La forma de tu cara inacabada, pero siempre perfecta. Alrededor, la conversación era a ratos muy aburrida, y a ratos un coro de voces agudas enredadas en conversaciones indescifrables para mí, como las bandadas de pájaros a los que entendía el niño de la Artámila. Estabas demasiado absorto comiéndote un abanico, y mirando de vez en cuando divertido la lámpara de cristal. Y esto no es lo primero que quería escribirte. Quería guardar en un cuaderno el mundo como era antes de que nacieras. En realidad, quería darte una parte de la carga de recuerdos que me echo encima, esperando que a ti no te pesaran por no ser tuyos. Pero en realidad lo que quiero es que sepas cómo te he visto esta tarde. Entre todos nosotros, con los ojos limpios y alegres, y unos mofletes que estrenas estos días, gracias a los que podré dejar de oír a tu madre y a tu abuela lamentarse por lo escuchimizado que estás...
También te he observado a ti hoy, el testigo negro, elegante y peludo de más de la mitad de mi vida. Últimamente lo hago mucho. Valoro más la belleza de tus movimientos, los brillos de tu pelo. Tu carácter casi de persona, imperfecto, egoísta, a veces hasta malo, y a veces con sentido del humor. Mientras te miraba, ha cruzado mi mente un pensamiento, de la forma más absurda, y ha empezado a derrumbarse mi sistema de creencias, en el que en realidad ya no tenía fe.
Por otro lado, es agradable saber que tus ralladas las tiene más gente, y que de vez en cuando están ahí para echarte un cable. Parece mentira que las cosas que me han hecho sentir rara durante tanto tiempo sean tan comunes. Casi me siento decepcionada.
En fin. La calidad de los post no puede ser siempre la misma, qué le vamos a hacer.