Aquí, las fotos de Drácula y algunas otras con las que estoy cacharreando hasta aprender a usar el Picasa. La verdad es que no he pedido permiso a toda la gente que sale, pero en fin, si protestan ya veré qué hago.
(Y esta vez sí que es un link xP)
Llevo ya unas horas viendo pasar el día. Sin hacer nada, sin tener la fuerza de voluntad suficiente como para dedicarme a pensar en algo.
Y estoy agotada.
Ha diluviado, ha granizado y todo. Ahora hace sol, y, al salir al jardincillo este, te asalta un fuerte olor a flores, el que desprenden el durillo y las lilas tras ser vapuleados por el granizo. El asfalto es color azul y plata. Hay un tramo de la carretera de vuelta a casa que, cuando caen trombas de agua como esta, se convierte en un espejo, obligándote a entornar los ojos. Su reflejo lo invade todo, y parece que vas cruzando un mar.
Ojalá fuera más fácil observar y describir. Cuando lo hago con estas cosas simples es para intentar, de alguna manera, ir acercándome a las más incomprensibles. Si consigo entender lo sencillo, quizá pueda desenmarañar los nudos que se materializan en la garganta. Nunca antes los había sentido de manera tan física.
Pero el hecho de intentarlo aquí, ahora, no es más que una prueba de que no me he propuesto hacerlo, realmente.
["Desclasificado" en 2019]
No recuerdo si, al principio, escribir tenía una finalidad.
(Cuando digo "al principio", no me refiero al principio de los tiempos, allá cuando el primer hombre agarró una tablilla de arcilla y garabateó la lista de la compra, ni a cuando comencé este blog; me refiero más bien a cuando yo empecé a escribir, de pequeña. No la cartilla, sino algo con animo comunicando, si eso existe.)
Supongo que no. Se trataba simplemente de algo que me gustaba, y no había razón alguna para buscarle una intención ulterior. Claro, que era muy pequeña, y en esos momentos tan sólo imitas lo que ves, no te dedicas a buscar justificación a cada paso de tu existencia. Aunque, en realidad, creo que no todo el mundo da tantas vueltas absurdas a sus actos y pajas mentales como yo.
La intención, el deseo, debió irse configurando más tarde. Querer contar, explicar, hacer entender, conmover. Términos todos que me suenan vacíos por mi falta absoluta de fe en el individuo, sea yo o sea cualquiera. Recuerdo vagamente que, por pequeño que uno sea, sus actos tienen un valor incuestionable. Pero no creo ya en ello, tan sólo porque no me queda ánimo para creerlo, ni ganas para actuar en consecuencia. (La abulia y la indiferencia son refugios de fácil acceso, pero indiscutiblemente menos estimulantes que la tristeza. Y no digamos que el cinismo.)
Y, de vez en cuando, me aguijonea esa necesidad, esas ganas de escribir. Pero, como no sé lo que quiero decir, como tendría que pensar para ello, y duele, me entrego a la abulia y escribo siempre lo mismo, vuelvo siempre a los mismos problemas, que me saben a casa, pero sin ánimo resolutivo, ni creativo: "No me entiendo ni a mí misma", "nada tiene sentido", "parece que llueve", "no me gusta lo que hago"... "Hace mucho que no escribo..."
Cada vez que me decido a escribir sin una intención concreta, caigo en la tentación de vomitar de este modo. Y no es en absoluto un reflejo de lo que siento. Es una especie de Mr. Hyde a flor de piel.
Porque la realidad es que, hoy, no estoy así. O sí, porque al fin y al cabo lo estoy siempre, es un molesto ruido de fondo, que unas veces se escucha más y otras menos. Pero joder, es que cómo duele y cómo molesta poner orden en la cabeza.
Y quizá no soy ni consciente de escribir esta clase de cosas, y por eso me dedico a postearlas sin darles la más mínima importancia.
Hale, me piro de retiro espirituoso (que no espiritual, aunque supongo que también) todo el día al campo, que ya hace falta...
Sí, señores, por fin, hoy, se ha estrenado Drácula. Os podíais animar y venir a verla. Aquí os dejo un link con toda la información:
Hale, allí os quiero ver!
- Joer, hacen hasta limoneros de mentira...
- ¡Hala, qué monada! ¡Quiero un limonero! ¡NECESITO UN LIMONERO!!
Efectivamente, tanto ansia por poseer una planta sólo puede tener lugar en el último tramo del recorrido de Ikea (según teoría de una reconocida eminencia científica), donde tuvo lugar esta absurda situación.
- ¡Mira, limones pequeñitoooos!
- Psé...- Ambas vamos directas a sobar los limones, porque somos como niños chicos.
En tal práctica me encontraba, a punto de hacer un comentario sobre su aspecto poco verídico, cuando un intenso aroma a limón nos inundó las napias.
- Oye, ¿estáis seguras de que es de plástico?- dice una tercera "individua".
- ¡Hala! ¿Le pondrán perfume??
La carcajada y el cachondeo posterior me hacen pensar que mi teoría del perfume no tuvo una gran acogida. ¡Qué! ¡Una es de ideas fijas!
(Éstas tampoco eran de mentira.)
Cuatro o cinco días sin escribir una palabra, y siete u ocho, al menos, escribiendo incoherencias deslavazadas.
Es una sensación que he tenido a menudo los meses pasados. Meses enteros, eternos como un pozo, no por su longitud, sino porque la oscuridad crea eternidad, no dejando intuir los límites del encierro. La incapacidad de comunicación, el no saber más que repetir torpemente que no era capaz de decir nada, han sido unas constantes que me ahogaban.
"No es cierto que no seas capaz de decir nada. Eres una gran comunicadora; si no eres capaz de escribir, de decir nada, es porque aún no sabes qué quieres decir. Porque no encuentras lo que tienes que decir."
La claridad de mente de Anita suele servirme de punto de referencia cuando he perdido mis guías. Sé que siempre se encuentra en el punto medio, el que intento alcanzar todo el rato sin éxito. Me admira la gente con claridad de mente, aquellos que otorgan a cada elemento su valor exacto, el que les corresponde.
Siento, además, algo de envidia. Porque yo podría hacerlo si no buscara siempre el lado negativo. Porque en vez de estar oprimiéndome voluntariamente el pecho con la realidad de un día gris podría aprender a amarlo, o cambiarlo y tener a mis pies un montón de tejados romanos. Tengo muchísimas ganas de recuperar mi imaginación, a la que dejé proscrita porque me hacía daño. Porque me hice daño con ella, más bien.
Caigo continuamente en la tentanción de escribir cosas como ésta. Dar todo el rato vueltas a un sentimiento insulso de miedo y carencia. Y estoy hasta los cojones de tanta gilipollez. Llevo estándolo desde hace años, y años, y años. A estas alturas, me resigno y supongo que es necesario. Pero no quiero. Quiero, más bien, deshacerme de este peso absurdo y contar algo que merezca la pena. Que me merezca la pena a mí, al menos.